Me levanté de la cama y me puse a vestirme, María se quedó dormida exhausta por tanto llanto. Yo, no paraba de darle vueltas a lo que me había gritado y tenía razón, había sido un poco egoísta, no me hubiese costado nada cogerle el teléfono para que me dijese lo que me tuviese que decir, pero me pudo el miedo a afrontar la realidad que pensaba que me mostraría, me sentía culpable. Cuando terminé de vestirme, me acerqué a la cama y suavemente moví el hombro de María y le dije: – Pequeña, vámonos- Nos montamos en el coche para ir al hospital, ella, miraba por la ventanilla, mientras que yo centraba mi atención en conducir. Los dos íbamos en silencio, solo se escuchaba el ruido que hacía el motor del coche, no podía aguantar ese silencio, así que dije:- Nena, yo…Lo siento, he sido un gilipollas egoísta- ella siguió mirando por la ventanilla callada, pensé que jamás me lo perdonaría, hasta que me miró, me besó en la mejilla y me dijo:- Gracias, no te preocupes.- Sabía que eso no arreglaría nada, el mal ya estaba hecho, pero necesitaba decírselo.
Cuando llegamos al hospital, nos dirigimos directamente a la UCI, a la habitación setenta y tres. Entramos y allí estaba él, el padre de María, un hombre corpulento, con un carácter difícil de llevar, era un tipo duro, estricto, exigente y algo cínico, me recordaba a Al Pacino en Esencias de mujer, pero postrado en esa cama se le veía muy frágil, débil, nada que ver con lo que estaba acostumbrado a ver. Al lado de la cama, estaba sentada en uno de esos incómodos sillones de hospital, Carmen, la madre de María, sujetando la mano de su marido. Detrás de ella estaba, Estefania, la hermana, tapándose la boca con un pañuelo, supongo que intentando evitar el llanto. A la derecha de Estefania, José, el marido de Estefania, mirando al suelo, mientras le pasaba el brazo por la espalda a su mujer. Yo me acerqué y los saludé uno a uno, mientras María se ponía a los pies de la cama de su padre mientras se le saltaban unas lágrimas. Estefania miró a su hermana y le dijo: Si que habéis tardado.- Con un tono algo agresivo, a ella no le dio tiempo a reaccionar cuando contesté:- Perdón, ha sido mi culpa.- Y se hizo un silencio.
El padre de María, al escuchar que habíamos hablado abrió los ojos, me miro y sonriendo dijo:- Coño, te has dignado a venir.- lo miré y le dije:- Lo bueno se hace esperar.- Posiblemente, no era lo más indicado en ese momento, pero el sonrío y dijo dirigiéndose a todos:- Ale, ya podéis iros a que os de el aire, que tengo visita.
-Yo no me muevo de aquí- Dijo María
-Coño, que os vayáis, todo el día aquí encerrados, dejad que este cabronazo haga algo, además me han contado que la has cagado ¿no?- Dijo mirándome fijamente. Yo le sonreí miré a María y le hice un gesto con la cabeza para que se marcharse.
-Anda vamos a tomarnos un café, que tienen que hablar de sus cosas- Dijo María sarcásticamente. Ella se dió la vuelta y se dirigió hacia la puerta de la habitación, acto seguido, se levanto la madre de María y comenzó a caminar detrás de ella seguido por su hermana y su cuñado. Yo me quede inmóvil en el mismo sitio donde me había colocado viendo como se marchaban. Al cerrarse la puerta, el padre de María dijo:- Hijo, ven aquí y siéntate- Me ordenó.
Me senté en la silla que estaba al lado de la cama, lo miré y le pregunte: ¿Qué pasa Juan, como estás?
-Déjate de gilipolleces, no ves como estoy, estoy jodido.
-Anda ya – Le contesté intentando quitarle hierro al asunto, la verdad, que ya había tenido algún susto con su corazón, pero esta vez los monitores indicaban que era algo más que un susto.
-Hijo, de esta no salgo- Afirmó
-No digas eso- Le dije tajante
-Es enserio, me siento muy débil y los médicos, no me lo han dicho, pero noto como me miran con cara de lástima.
-Coño, Juan, ¿Te vas a rendir? Tendrás que luchar, aunque sea por ellas- le dije mientras, le ponía la mano en el hombro.
-De eso te quería hablar, por eso los he echado a todos de aquí o pensabas que te iba a regañar por lo de tu novia esa- dijo sonriendo
-¿Qué me querías hablar conmigo de eso?- Pregunte dudoso
-Joder, si que le ha afectado la ruptura, lo ha dejado sordo.
-Bueno, que me quieres decir.
-Necesito que me prometas algo-dijo mirándome a los ojos
-Dígame
-A mi… para que nos vamos a engañar coño, me estoy muriendo y si salgo de esta, me quedaré muy jodido. Así que necesito que cuando no esté cuides de ellas.
-¿De su mujer y sus hijas?- Pregunte sorprendido
-De María- Contesto contundente- Estefania tiene a José, es un poco idiota, pero es buena persona y mi mujer es fuerte y muy lista, sabrá apañárselas sin mi, por eso me case con ella. Pero María… no sabe afrontar las cosas.
-Pero… yo no sé como lo puedo hacer, además no creo que a ella le haga gracia.
-Tu limítate a estar siempre que lo necesite y si algún cabrón se le acerca, le cortas los cojones, joder. Y no tiene porque saberlo.
-Pero ya sabes, como es para sus cosas.
-Joder que sí, que lo sé coño, es mi hija. Pero tu eres de la única persona de su entorno de la que me fío, entonces… ¿Puedo contar contigo?- Preguntó mientras que sus ojos emocionados me miraban fijamente.
-No sé si puedo hacerlo ¿Y si no consigo cumplirlo?- le dije mientras mirando al suelo
-Se que no dejarás que eso pase, bueno ¿Qué contestas?
En ese momento, la puerta de la habitación de abrió y los dos guardamos silencio, poco a poco, fueron entrando todos otra vez, María me miró y vió como rápidamente, intenté secarme dos lagrimas que corrían por mi cara. Ella puso cara extrañada cuando el padre dijo: -Deja de llorar y échale cojones, vaya una nenaza, se ha ido la novia… pues busca otra- Lo miré, le sonreí y con mi mano le apreté levemente el hombro. Me levante cediéndole el sitio a Carmen y me coloqué al otro lado de la cama, pensativo por la propuesta que me acaban de hacer, pero… ¿Como debía actuar?