Al salir de la cafetería, me dirigí a casa casi por inercia, como si dentro de mi se hubiese activado algún dispositivo que hiciese que caminase solo hacia el destino. Con la mirada perdida, fija en un punto inexistente, hasta que ese punto se transformó en el portal, saque las llaves, abrí la puerta y subí las escaleras casi corriendo, como si hubiese algo que me persiguiese. Llevaba las llaves en la mano y su tintineo marcaba el ritmo mientras subía, al llegar a la puerta de casa las manos empezaron a temblarme, complicando meter la llave en la cerradura, no sé si era por subir corriendo o una forma de manifestar mi estado de nervios en ese momento.
Cuando entre en casa, fui hacia el salón y empecé a mirar en todos los cajones, sabía que en uno de ellos había un paquete de tabaco. Teóricamente, me estaba quitando pero ese era el paquete de “emergencias”, era mi secreto, me permitía que cuando estaba muy agobiado por el trabajo, fumarme un cigarro que me calmase sin tener que escuchar el comentario “Tú no te estabas quitando”. Me senté en sofá, acerqué el cenicero y el silencio solo era roto por el papel del cigarro quemándose en cada calada. No pensaba en nada, mejor dicho, no quería pensar en nada, solo silencio. Silencio que se vio roto cuando el móvil se puso a sonar como si no hubiese mañana, miré la pantalla, ví que era María y lo silencie, la verdad, sabía lo que me diría y posiblemente fuese echarme la bronca por lo que acaba de pasar. Esperé a que el móvil dejase de sonar y pensé: -Menos mal- que ingenuo fui, eso solo era el comienzo, mensajes, llamadas y más llamadas, pero no solo de María, sino de todo aquel que nos conocía. La noticia había corrido como la pólvora. Aproveché un momento de silencio y apagué el móvil, estaba empezando a ser agobiante la situación, pero ahora existía un problema mayor, mi cabeza, empezó a cuestionarse todo, ¿Estaba bien lo que había hecho en la cafetería? ¿Debería coger el teléfono? ¿Qué querrían para estar tan insistentes? ¿Habría pasado algo? Tenía que encontrar algo que me entretuviese, así que cogí una tarrina llena de dvds y una tras otra fueron sucediéndose las películas. Cuando me quise dar cuenta, ya eran las cuatro de la mañana del domingo, miré hacia el cenicero lleno de colillas, menuda forma de quitarse.
Me levanté del sofá, me di una ducha, desayuné y me preparé para ir a trabajar, de camino al trabajo encendí el móvil, treinta mensajes, no quería saber que decían o quien tenía tanto interés en intentar hablar conmigo, así que, los borre todos.
Las dos semanas siguientes fueron similares a ese fin de semana, pero con la diferencia que estaba vez si cogía el teléfono a todo el mundo excepto a María, no estaba preparado para la monumental bronca que suponía que me echaría. Procuraba que las llamadas no durasen más de dos minutos, decía que estaba bien, que no se preocupase y demás cosas para quitarle hierro al asunto y no entrar mucho más en el tema. Lo transformé todo en un mar de excusas para evitar quedar, trabajo, cansancio, planes inventados, todo lo que fuese necesario para evitar ver a alguien, sabía de sobra que en cualquier momento sacarían el tema y vuelta a empezar, ¿Por qué no dejaban que curase yo mis heridas a mi manera? En realidad, se que lo hacían por mi bien, pero es que no quería hablar de eso, no quería explicar porque lo hice, solo esas respuestas se las merecía una persona, pero ya ¿de que valía dárselas?
Cuando parecía que las aguas se habían calmado y por fin, María había dejado de intentar hablar conmigo, paso algo que no podía imaginar. Fue un jueves, yo aburrido, decidí meterme en la cama, pensando que con un poco de suerte cogería el sueño pronto y descansaría algo, ya que en esas dos semanas no lo conseguía. Todo estaba en silencio, cuando se escucho la cerradura de la puerta, enseguida supe que era María, ella tenia un juego de llaves que le dí en una ocasión cuando me fui de viaje y decidí que se lo quedase por si alguna vez necesitaba que fuese allí para algo. Me puse bocabajo, cerré los ojos y musite- Mierda- escuché como deambulaba por el piso comprobando si estaba hasta que entro en mi habitación y dio la luz, fingí estar dormido pero ella igualmente habló:
-Joder, te podías tapar- dijo, mientras yo me mantuve callado, como si realmente estuviese durmiendo, ella, fue hacia la ventana y dijo- También podrías abrir aquí un poco, parece esto un horno. Entonces yo abrí un ojo y le dije: -Deja la ventana como está
-¡Anda si está despierto!- Exclamó y añadió- Joder y tápate un poco que estas medio en bolas.
-Estoy en mi casa, acostado y tu has llegado sin avisar- le dije manteniendo el ojo abierto
-Venga vístete, nos vamos.- Ordenó
-Nena, mañana curro, no voy a salir y menos a estas horas- le dije mientras me ponía boca arriba
– Me tienes que acompañar.- Insistió
-Joder que no, que estoy acostado ya.
-Si hubieses cogido el teléfono sabrías que pasa, venga levántate ya- Mientras tiraba de mi brazo
-Si claro, para que me echases la bronca- dije, mientras me colocaba bocabajo otra vez y cerraba los ojos.
-Eres un puto egoísta- dijo tras un sollozo.
-Perdón, por perder a mi novia porque se fue a Italia sin avisándome un día antes dejándome aquí tirado.-Dije en tono sarcástico.
-Eres imbécil, se está muriendo- Grito mientras comenzaba a llorar.
Abrí los ojos y vi como un mar de lagrimas caían por su cara, me coloqué de medio lado, di unos golpes en la cama indicando que se tumbará, se acerco lentamente a la cama, se tumbo y volvió a llorar pero con más fuerza. Estaba algo en shock por lo que acaba de gritar, me acerqué a ella y desde atrás, la abracé, notaba como temblaba, así que la abracé con algo mas de fuerza para intentar calmarla, puse mi cara sobre su cara mojada por las lágrimas y le susurré:- Tranquila, estoy aquí todo saldrá bien, verás.