Habíamos quedado “donde siempre”, una cafetería pequeña del centro, donde ponían un capuchino que a Casandra le encantaba y que por culpa de ese café, habíamos pasado muchas tardes hablando de lo primero que se nos pasaba por la cabeza. Al llegar allí, entré y me puse a mirar hacia todos los lados buscándola, no podía ser, por una vez, había llegado antes que ella, hasta que una mano se alzo en la ultima mesa de la cafetería, miré bien y sí, era ella. Mientras caminaba hacia ella la estuve observando, irradiaba felicidad, su melena rubia le descansaba en los hombros, sus ojos azules me miraban fijamente, mientras esbozaba su típica media sonrisa de niña traviesa. Conforme me iba acercando ella se levanto, llevaba unos vaqueros y una camiseta de tirantes blanca, al moverse brillo el pequeño piercing que llevaba en el lado izquierdo de su nariz. Todo parecía normal. Cuando llegué a la mesa, nos besamos y mientras nos íbamos a sentar dijo:
-Menos mal que no ibas a tardar- mientras me sonreía.
-¿Llevas mucho esperando? – Pregunté extrañado, porque había ido todo lo deprisa que podía.
-No, acabo de llegar, pero ya sabes…
-Sí, siempre te tienes que quejar- termine yo la frase sonriendo. Nos quedamos unas milésimas de segundo mirándonos fijamente, como si el tiempo se hubieses detenido, hasta que una voz se escucho de fondo y rompió ese silencio diciendo: -Ey, chicos lo de siempre- Era Juan, el camarero del local, sabía perfectamente lo que queríamos, llevábamos años yendo allí ¿Por qué preguntaba siempre? Los dos asentamos con la cabeza y nos volvimos a mirar fijamente, hasta que no pude aguantar y lance la pregunta:
– Bueno, ¿de que querías hablar?
– Que impaciente, no puedes esperar ¿Verdad?
– Joder, entiende que es muy raro todo esto, bueno, dime- Ella levanto la mirada y sonrió, hasta que escuché- Aquí tenéis chicos, un cortado para ti y un capuchino para la señorita- Otra vez Juan, los dos sonreímos y le dimos las gracias. Mire fijamente a Casandra, mientras ella echaba azúcar a su capuchino y lo movía lentamente con la cucharilla, hasta que de golpe dijo:
– Verás…lo que te quería decir…
– Dime- le dije mirándola fijamente.
– Verás, la revista quiere que viaje a Italia.
– ¡Ey! Enhorabuena, ¿Qué es por algún evento que hay allí?–Pregunté entusiasmado por la noticia, ya que ella llegase a escribir en esa revista había sido todo un logro y eso era como el equivalente a un ascenso.
– Bueno no exactamente, quieren enviarme allí un tiempo.
– ¿Enserio? Cuanto, ¿una semana, un mes? Es genial.
– Un año- Musito.
– ¿Cómo que un año? – Me debió cambiar mucho la cara, ya que Casandra, centro la suya en la taza del capuchino.
– Sí, la revista cree que si reinvento mis artículos cogiendo las tendencias de otros países se conseguirían muchos más lectores.
– Bueno déjame que lo piense, tendré que hablarlo en el trabajo para si me pueden enviar a alguna delegación de allí y así poder marcharme contigo.
– Me marcho mañana- dijo aún mirando a la taza.
– ¿Mañana? ¿desde hace cuanto que lo sabes?- pregunté con un tono tal vez un poco agresivo.
– Desde hace un par de semanas- contestó ella sin mirarme a los ojos y tras un sollozo.
– ¿Dos semanas? ¿Por qué no me dijiste nada?- pregunté, calmando mi entonación, ya que no aguantaba que llorase, cada vez que la había visto llorar me entraba una sensación de tristeza enorme.
– No te preocupes, todo seguirá igual, el no decírtelo fue… fue porque tenia miedo ¿Vale? Era demasiada información que asimilar y por otro lado estabas tu- Dijo levemente alterada.
– ¿Todo seguirá igual? Casandra, te vas un año ¿a cuanto? ¿Dos mil kilómetros? Y lo peor no es eso, lo peor es que ni siquiera me lo has dicho- giré la cabeza y me puse a mirar en silencio por la ventana, pasaron unos cuantos segundos y el silencio perduró, comenzando a ser incomodo para los dos, hasta que ella se decidió a hablar:
– No tiene porque ser así, vente, háblalo con tus jefes, yo mientras lo iré preparando todo allí para cuando llegues- dijo mientras dos grandes lagrimas caían por su cara.
– Lo siento nena, tu ya has decidido por mi…y has decidido que me quede- le dije mientras me levantaba lentamente.
– No, por favor, no te vayas- dijo mientras comenzaba a llorar y me sujetaba del brazo.
– Espero que te vaya todo bien en Italia- Me acerque a ella, le di un beso en la mejilla, me dí la vuelta y me dirigí a la barra. Le hice un gesto a Juan, cuando se acerco, solté un billete de cinco euros y le dije – Cóbrate de todo y quédate con el cambio- mientras ponía una sonrisa intentando simular que todo estaba bien.
No le dí tiempo a Juan, a que contestase con su típico gracias, sin más me puse a caminar hacia la puerta. Parecía que todo alrededor se había ralentizado, solo mi mirada se centraba en la puerta de salida. Al llegar a ella, supongo que fue algo instintivo, miré hacia atrás, era como si toda la gente que había en la cafetería se hubiese evaporado, solo veía a Casandra, cabizbaja, sollozando de forma desesperada y como las lagrimas caían por su cara. La verdad, que esa imagen no se me olvidará nunca. No se si estaba haciendo bien o mal, las sensaciones eran demasiado contradictorias…. mezcladas entre, enfado, tristeza, desilusión… un cóctel explosivo diría yo.